(2022)
No hay nadie en el Estado español que no lleve la huella de esos procesos
traumáticos aunque la gente no lo sepa o no lo quiera reconocer.
Trencadís (2010), Víctor Korman
traumáticos aunque la gente no lo sepa o no lo quiera reconocer.
Trencadís (2010), Víctor Korman
Aquello que no(s) fue dado pone su foco en la huella testimonial, las contradicciones de la “verdad histórica”, la fidelidad de la memoria visual y la posmemoria de la Guerra Civil y del franquismo, además de aproximarnos, no sólo a los testimonios registrados, sino al vacío por la falta de imágenes que den veracidad a determinados acontecimientos o problemáticas. Toda memoria es una reconstrucción más que un recuerdo y este proyecto tratará de incentivar la capacidad de simbolización de lo narrado para encontrar sentidos históricos coherentes e incorporar el pasado al presente de manera que lo individual y lo colectivo se encuentren.
Aquello que no(s) fue dado es un título cuidadosamente escogido para aludir a un
legado, pero un legado que, al menos de entrada, se nos presenta problemático
por varias razones. En primer lugar, porque lo vivido tanto en el transcurso de
la Guerra Civil como en los años posteriores ha querido negarse con el pretexto
de emprender el rumbo hacia la “buena convivencia” –bajo la desorientada
suposición de que algo así puede edificarse sobre un pasado aún por asimilar.
En segundo lugar, porque es una herencia para la que, cerrado el camino oficial
de la Historia, ha sido precisa la transmisión familiar, de padres a hijos, de
abuelos a nietos. Fotografías y testimonios en audio o escritos han sido la
materia prima de la que ha partido tanto la investigación como la obra de María
Rosa Aránega, consciente de que ha constituido la forma de contacto más directa
con todo lo acontecido. No es esta una obra sobre la Guerra Civil al uso. Entre
las escenas escogidas para los dibujos en grafito no se encuentran las famosas
batallas del Ebro, ni el bombardeo de Guernica. Son escenas familiares o, en su
caso, que parten del testimonio familiar o vecinal. Por ello mismo se sitúa la
propia obra artística entretejida, por ejemplo, con las declaraciones de
algunos jóvenes que no han vivido la guerra, pero cuyos familiares sí; no se
expresa tanto el crimen como el legado y la huella que deja incluso en
generaciones posteriores.
La obra quiere huir, por tanto, de una idea abstracta de la Historia, porque la abstracción es un nombre que le damos a lo que no está en ninguna parte, ni aquí ni allá. Y como en este caso no valen abstracciones de ningún tipo, María Rosa ha querido contar los hechos del único modo en que es posible contarlos sin tomar una peligrosa distancia de ellos, desde su propia historia, desde su propio pasado familiar. La importancia que se le da en la exposición al testimonio de su abuela, junto con los de su padre o su tía, es patente. Dos obras que parten de uno de estos testimonios directos llaman poderosamente la atención del espectador. Se trata de dos dibujos titulados, respectivamente, “Entró un batallón de soldados” y “Se fueron cantando el Cara al sol”. Alude a una historia, también expuesta en formato de audio y video, que contó la abuela sobre la entrada y salida en el pueblo del bando sublevado; entre medias sólo el desastre. Es lo que representan estas dos obras en las que se distinguen vagamente unas trincheras envueltas en una neblina que recuerda al polvo que deja atrás el paso de los caballos y las tropas por el campo. No faltan los dibujos de fotografías familiares, en una época en la que no se podía desperdiciar el carrete y se trataba, por tanto, de sacar juntos al mayor número de miembros de la familia.
En el centro de la sala de exposiciones hay una mesa que sostiene el todo el proceso de creación de María Rosa. Encontramos fotografías de sus dos abuelas en el momento en el que estas le transmiten sus historias vividas. Lo más importante, en tanto que ha constituido el punto de partida temporal de toda la investigación y obra artística, es una “Causa general” en la que figura un nombre conocido por la artista: Silvestre Navarro Sánchez. Se trata de su bisabuelo, que se quitó la vida mucho tiempo atrás. En esa “Causa general” se enumeran los supuestos delitos cometidos por los contrarios al bando sublevado, lo que motivó que la autora comenzase a indagar en su propio pasado familiar. La imagen escogida para la portada de esta exposición retrata precisamente a una de sus abuelas desvelando una foto de Silvestre Navarro, pues dicha imagen no se encontraba en el álbum familiar, junto a las demás. Desde entonces, y gracias al interés de la autora de esta exposición, se situó en cada una de las casas y se le otorgó un lugar en la vida familiar.
En una época en la que todas nuestras aspiraciones y actividades están dirigidas a la mera superación vacía de todo lo acontecido, en la que nos deshacemos de todo lo pasado por el hecho de serlo, María Rosa ha encaminado sus pasos de vuelta para buscar entre las ruinas. Pero ¿cuál es, de haberlo, el sentido de esta búsqueda? ¿Qué es necesario recordar y por qué es preciso hacerlo? Para responder a estas cuestiones hay que advertir, en primer lugar, que la obra no es sólo el testimonio real y cercano de una desgracia, sino también, y me atrevería a decir que casi primeramente –nota bene–, el testimonio de un pasado convivencial que, en alguna medida, ya no conservamos. Y al hablar de un pasado en el que no sólo se coexistía –característica esta, la coexistencia, constitutiva de la forma actual de agrupación humana–, sino que, antes bien, se convivía, hablamos de un hecho que lejos de ser accidental a la vida suponía el telón de fondo sobre el cual esta tenía sentido. En una larga y fructífera conversación me advertía María Rosa: “Mientras pinto, lo voy entendiendo. Es también una cuestión de acercamiento”. Se trata, pues, de llegar a una salvación del presente y a una esperanza efectiva en el futuro incidiendo, no en soluciones económicas, políticas, o siquiera sociales, sino en el sustrato que da sentido a estas otras dimensiones, el sustratoconvivencial: los lazos familiares, amistosos, laborales e incluso vecinales. La obra de María Rosa nace de y lleva a una experiencia radicalmente espiritual, y por tanto eminentemente personal, del sinsentido al que nos arrastra el olvido de lo pasado. Y no es una experiencia místico-abstracta cualquiera, sino que trata de volver a recordar, a traer presente con el corazón este pasado de relaciones significativas principalmente familiar –pero no sólo–, asentado en las personas singulares que han estado presentes y que ya no están. “Hay gente que, al ver mis obras, ha sentido el impulso de hablarme, por ejemplo, de su abuela”: lo que opera es, por tanto, una experiencia espiritual de recuerdo entrañado de un pasado biográfico antes que histórico. De esta experiencia es de la que nace la necesidad, dentro del pecho de cada cual, de volver a hacer un esfuerzo por contrarrestar el sinsentido de la mera coexistencia actual de individuos, y de volver a restaurar lo que perdimos al tiempo que la memoria, una verdadera convivencia que haga posible el vivir humanamente. Al fin y al cabo, ¿es acaso posible que sobreviva un árbol que se ha convencido a sí mismo de que sus raíces le estorban para crecer?
La de Aránega, en todo caso, es una propuesta de recuperación y salvación del pasado que se sitúa frente a ciertas concepciones estólidas de la Historia que o no pueden o no quieren entender que el mero estudio y descripción teóricos de los acontecimientos aislados son impotentes para el desarrollo sano de los pueblos. Los estudios históricos de esta clase sobre la Guerra Civil no han hecho más que colmar fraudulentamente el deseo de asimilación de todo lo acontecido. Ahora, Aránega ha extraído imágenes cubiertas de polvo de fondos de archivos y álbumes familiares y las ha puesto a dialogar entre sí, devolviéndoles la vida con grafito y con los testimonios que guardaban tras el silencioso velo del miedo.
Presentadas todas estas consideraciones, un lector escéptico aún podría preguntarse –no sin cierta razón– si realmente merece la pena llevar a cabo un trabajo tal, si en último término cabe mantener la expectativa de que esta forma de asimilar lo pasado y mantener el recuerdo pueda cambiar algo del status quo. La respuesta, desde luego, no dejará satisfecho a quien sólo se vea complacido con cambios drásticos y definitivos. No se trata sino de un cambio que llega hasta los límites del radio de acción mismo de cada persona en particular. Es decir, se trata de algo que la autora ha sabido ver con una difícilmente mejorable lucidez: de ir venciendo de la única forma posible, esto es, por contagio, la indiferencia generalizada hacia todo el círculo de cuestiones vinculadas con la importancia de la memoria, la convivencia y la efectiva asimilación entrañada de todo lo pasado. Se trata, pues, de un cambio que sólo puede venir dado del fruto de las relaciones interpersonales, y no por tanto inducido por ningún estudio que sea meramente teórico o por una idea abstracta de la Historia. Y para encarnar todo esto no se me ocurre mejor ejemplo que aquel del que la propia María Rosa me dio cuenta: que su propia abuela, reticente en un principio a hablarle de lo vivido en la Guerra Civil, perdió el miedo y la desconfianza tras la exposición Aquello que no(s) fue dado, recuperando de esta forma toda una parte de su vida que se le había negado. No es este el único caso; otros parecidos acompañan y continúan haciendo mella desde la exposición de la autora: nietos que a penas acudían a visitar a sus abuelos y, a raíz de la visibilización de la importancia del testimonio como vehículo de conocimiento de la historia y de uno mismo, han logrado romper barreras generacionales y estrechar lazos familiares.
Esta exposición es, en definitiva, la prueba material que nos muestra la inutilidad y el peligro de arrinconar el propio pasado en un absurdo ostracismo.
La obra quiere huir, por tanto, de una idea abstracta de la Historia, porque la abstracción es un nombre que le damos a lo que no está en ninguna parte, ni aquí ni allá. Y como en este caso no valen abstracciones de ningún tipo, María Rosa ha querido contar los hechos del único modo en que es posible contarlos sin tomar una peligrosa distancia de ellos, desde su propia historia, desde su propio pasado familiar. La importancia que se le da en la exposición al testimonio de su abuela, junto con los de su padre o su tía, es patente. Dos obras que parten de uno de estos testimonios directos llaman poderosamente la atención del espectador. Se trata de dos dibujos titulados, respectivamente, “Entró un batallón de soldados” y “Se fueron cantando el Cara al sol”. Alude a una historia, también expuesta en formato de audio y video, que contó la abuela sobre la entrada y salida en el pueblo del bando sublevado; entre medias sólo el desastre. Es lo que representan estas dos obras en las que se distinguen vagamente unas trincheras envueltas en una neblina que recuerda al polvo que deja atrás el paso de los caballos y las tropas por el campo. No faltan los dibujos de fotografías familiares, en una época en la que no se podía desperdiciar el carrete y se trataba, por tanto, de sacar juntos al mayor número de miembros de la familia.
En el centro de la sala de exposiciones hay una mesa que sostiene el todo el proceso de creación de María Rosa. Encontramos fotografías de sus dos abuelas en el momento en el que estas le transmiten sus historias vividas. Lo más importante, en tanto que ha constituido el punto de partida temporal de toda la investigación y obra artística, es una “Causa general” en la que figura un nombre conocido por la artista: Silvestre Navarro Sánchez. Se trata de su bisabuelo, que se quitó la vida mucho tiempo atrás. En esa “Causa general” se enumeran los supuestos delitos cometidos por los contrarios al bando sublevado, lo que motivó que la autora comenzase a indagar en su propio pasado familiar. La imagen escogida para la portada de esta exposición retrata precisamente a una de sus abuelas desvelando una foto de Silvestre Navarro, pues dicha imagen no se encontraba en el álbum familiar, junto a las demás. Desde entonces, y gracias al interés de la autora de esta exposición, se situó en cada una de las casas y se le otorgó un lugar en la vida familiar.
En una época en la que todas nuestras aspiraciones y actividades están dirigidas a la mera superación vacía de todo lo acontecido, en la que nos deshacemos de todo lo pasado por el hecho de serlo, María Rosa ha encaminado sus pasos de vuelta para buscar entre las ruinas. Pero ¿cuál es, de haberlo, el sentido de esta búsqueda? ¿Qué es necesario recordar y por qué es preciso hacerlo? Para responder a estas cuestiones hay que advertir, en primer lugar, que la obra no es sólo el testimonio real y cercano de una desgracia, sino también, y me atrevería a decir que casi primeramente –nota bene–, el testimonio de un pasado convivencial que, en alguna medida, ya no conservamos. Y al hablar de un pasado en el que no sólo se coexistía –característica esta, la coexistencia, constitutiva de la forma actual de agrupación humana–, sino que, antes bien, se convivía, hablamos de un hecho que lejos de ser accidental a la vida suponía el telón de fondo sobre el cual esta tenía sentido. En una larga y fructífera conversación me advertía María Rosa: “Mientras pinto, lo voy entendiendo. Es también una cuestión de acercamiento”. Se trata, pues, de llegar a una salvación del presente y a una esperanza efectiva en el futuro incidiendo, no en soluciones económicas, políticas, o siquiera sociales, sino en el sustrato que da sentido a estas otras dimensiones, el sustratoconvivencial: los lazos familiares, amistosos, laborales e incluso vecinales. La obra de María Rosa nace de y lleva a una experiencia radicalmente espiritual, y por tanto eminentemente personal, del sinsentido al que nos arrastra el olvido de lo pasado. Y no es una experiencia místico-abstracta cualquiera, sino que trata de volver a recordar, a traer presente con el corazón este pasado de relaciones significativas principalmente familiar –pero no sólo–, asentado en las personas singulares que han estado presentes y que ya no están. “Hay gente que, al ver mis obras, ha sentido el impulso de hablarme, por ejemplo, de su abuela”: lo que opera es, por tanto, una experiencia espiritual de recuerdo entrañado de un pasado biográfico antes que histórico. De esta experiencia es de la que nace la necesidad, dentro del pecho de cada cual, de volver a hacer un esfuerzo por contrarrestar el sinsentido de la mera coexistencia actual de individuos, y de volver a restaurar lo que perdimos al tiempo que la memoria, una verdadera convivencia que haga posible el vivir humanamente. Al fin y al cabo, ¿es acaso posible que sobreviva un árbol que se ha convencido a sí mismo de que sus raíces le estorban para crecer?
La de Aránega, en todo caso, es una propuesta de recuperación y salvación del pasado que se sitúa frente a ciertas concepciones estólidas de la Historia que o no pueden o no quieren entender que el mero estudio y descripción teóricos de los acontecimientos aislados son impotentes para el desarrollo sano de los pueblos. Los estudios históricos de esta clase sobre la Guerra Civil no han hecho más que colmar fraudulentamente el deseo de asimilación de todo lo acontecido. Ahora, Aránega ha extraído imágenes cubiertas de polvo de fondos de archivos y álbumes familiares y las ha puesto a dialogar entre sí, devolviéndoles la vida con grafito y con los testimonios que guardaban tras el silencioso velo del miedo.
Presentadas todas estas consideraciones, un lector escéptico aún podría preguntarse –no sin cierta razón– si realmente merece la pena llevar a cabo un trabajo tal, si en último término cabe mantener la expectativa de que esta forma de asimilar lo pasado y mantener el recuerdo pueda cambiar algo del status quo. La respuesta, desde luego, no dejará satisfecho a quien sólo se vea complacido con cambios drásticos y definitivos. No se trata sino de un cambio que llega hasta los límites del radio de acción mismo de cada persona en particular. Es decir, se trata de algo que la autora ha sabido ver con una difícilmente mejorable lucidez: de ir venciendo de la única forma posible, esto es, por contagio, la indiferencia generalizada hacia todo el círculo de cuestiones vinculadas con la importancia de la memoria, la convivencia y la efectiva asimilación entrañada de todo lo pasado. Se trata, pues, de un cambio que sólo puede venir dado del fruto de las relaciones interpersonales, y no por tanto inducido por ningún estudio que sea meramente teórico o por una idea abstracta de la Historia. Y para encarnar todo esto no se me ocurre mejor ejemplo que aquel del que la propia María Rosa me dio cuenta: que su propia abuela, reticente en un principio a hablarle de lo vivido en la Guerra Civil, perdió el miedo y la desconfianza tras la exposición Aquello que no(s) fue dado, recuperando de esta forma toda una parte de su vida que se le había negado. No es este el único caso; otros parecidos acompañan y continúan haciendo mella desde la exposición de la autora: nietos que a penas acudían a visitar a sus abuelos y, a raíz de la visibilización de la importancia del testimonio como vehículo de conocimiento de la historia y de uno mismo, han logrado romper barreras generacionales y estrechar lazos familiares.
Esta exposición es, en definitiva, la prueba material que nos muestra la inutilidad y el peligro de arrinconar el propio pasado en un absurdo ostracismo.
Aquello que no(s) fue dado, Sonsoles Ginestal Calvo